¿Cuántos ancestros necesitas para ser mexicano?

Más de 500 años y miles de ancestros laten en tu ADN, pero en términos psicosociales, ¿qué significa realmente ser mexicano?

David Alfaro

9/15/20253 min read

¿De qué estamos hechos los mexicanos? Un espejo incómodo en tiempos patrios

En septiembre nos pintamos de verde, blanco y rojo, cantamos el Himno y el Cielito lindo a todo pulmón y repetimos que “somos muy mexicanos”. Pero, si dejamos de ondear la bandera por un momento y nos preguntamos con calma: ¿de qué estamos hechos realmente? La respuesta se compleja.

Pensemos en nuestros padres, algunos tuvimos la suerte de convivir con nuestros abuelos, más allá de ellos, casi todo se convierte en silencio; apenas fotografías sepia, relatos a medias, una foto en el altar de muertos. Y sin embargo, de esas presencias que no conocimos, llevamos más de lo que imaginamos.

La memoria que no conocemos

Los enfoques de constelaciones familiares y la psicoterapia corporal llevan años proponiendo algo polémico: las experiencias de quienes nos precedieron se transmiten más allá de lo visible. No hablamos de cambios radicales en el ADN, sino de un lenguaje silencioso de la epigenética transgeneracional. Dicho de una forma más coloquial: un abuelo que sufrió hambre no sólo dejó cicatrices en la historia familiar, dejó huellas biológicas que predisponen a los nietos a relacionarse distinto con la comida. Una bisabuela que vivió sometida no sólo inspiró relatos de resignación: tal vez dejó marcas que condicionan cómo sus descendientes viven la pareja.

Suena inquietante, pero también liberador: lo que vibra en nuestros cuerpos hoy podría ser eco de pasiones, miedos y aprendizajes que se acumularon durante siglos.

200 años: ¿512 ancestros o 2,000?

Hagamos cuentas rápidas, dos padres vienen de cuatro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos… y así hasta el infinito. Nueve generaciones hacia atrás suman 512 ancestros en apenas 200 años. Pero si consideramos matrimonios y nacimientos en edades tempranas, como ocurrió de forma común hasta hace pocas décadas, podríamos hablar de hasta 11 generaciones: 2,000 ancestros en sólo dos siglos.

Cuando decimos que “México se independizó en 1810”, pensamos en un evento lejano. Pero en realidad, entre 10 y 12 generaciones nos separan de aquel grito. Y si retrocedemos hasta 1521, año de La caida de Tenochtitlan, la cifra crece: más de 25 generaciones construyeron lo que hoy llamamos identidad mexicana.

Orgullo y contradicción: ¿Qué pesa más?

¿De qué estamos hechos entonces? ¿De la grandeza azteca que tanto enarbolamos? ¿De los tlaxcaltecas que, guste o no, pactaron con Cortés? ¿De los esclavos africanos invisibilizados en los libros de historia? ¿De los españoles “cultos” y de los que apenas llegaron a sobrevivir?

La respuesta es incómoda: estamos hechos de todo eso, nos guste o no. Somos una fusión brutal, muchas veces dolorosa, de culturas, abusos, resistencias, mestizajes y olvidos. Y aunque los secretos familiares y la falta de documentos oculten nombres y rostros, nuestro ADN lo recuerda con precisión quirúrgica.

¿Qué hacemos con ese pasado que nos habita?

No se trata de obsesionarnos con un árbol genealógico imposible. No necesitamos saber quién fue exactamente nuestro tatarabuelo número 478. Pero sí podemos hacer algo más cercano y práctico: mirar nuestra vida como un reflejo de aprendizajes acumulados.

Esa ansiedad que sentimos sin razón aparente, ¿será sólo nuestra? ¿O un eco de generaciones anteriores que lidiaron con guerras, migraciones y pérdidas? Esa facilidad para salir adelante en crisis, ¿viene solo de nuestra voluntad o es un regalo escondido de quienes ya sobrevivieron antes?

Reflexionar así puede incomodar, porque nos quita la idea de que somos completamente “autónomos”. Pero también empodera: si llevamos cargas, también cargamos fortalezas invisibles.

Una provocación en tiempos patrios

Quizá ser mexicano no es tanto gritar, “¡Viva México C4bron3s!” una vez al año, sino reconocer que llevamos miles de voces dentro de nosotros. Voces que vienen de hace 200 o 500 años y que todavía vibran en nuestra manera de comer, amar, criar y resistir.

Y aquí está la pregunta que quiero dejarte: ¿Qué parte de ti es completamente tuya, y qué parte es un eco de 25 generaciones atrás?

Si este artículo te dejó pensando o incluso te incomodó, ya cumplió su función. Porque sentirse “muy mexicano” no debería ser sólo orgullo de bandera, sino también la valentía de mirar a los ojos a nuestros fantasmas…Y decidir qué hacemos con ellos.